martes, 26 de mayo de 2009

POLEN


Yo vestiría mis ojos y mis manos con la piel que todo lo puede para ir a dar con tus brazos, pero no es época de margaritas. Y el camino me devolvería pálida al ofrecerme tanta luz, luego de tanta bella luna blanca, sin el gris de los pétalos entre mis dedos para cubrir las huellas del regreso y sin el amarillo corazón de esa flor para marcar otra vez mi boca con sangre, pero de polen. Y sí, una se va rasgando a una misma si no puede entretenerse rasgando el sorteo de una ilusión, cuanto menos.
No, no es época de margaritas y tampoco puedo prescindir que haya nubes a mi antojo. Es que me agrada que me sigan y vean que las miro extendiendo en sus efímeros pompones las batallas que vendrán. Espero comprendas, verás, ellas no pueden faltarme cuando los recuerdos, tan frescos aún que continúan siendo pálpitos, también se juegan al azar cuáles beberán de mí su existencia más allá de un par de días y de unos cuantos suspiros. Lamentablemente, no puedo con todos (aunque me los quedaría, te juro). Y claro, si no tengo margaritas las nubes, vicarias profesionales, deberán ser las oportunas juezas purgantes. Ellas son mujeres y entienden de remedios de urgencia. Pensá en la lluvia… Y no, ellas tampoco aguantan a veces.
No se si logro explicarme, mis ojos y mis manos no soportan quedar a solas con toda esa sensación de tu piel que todo lo puede. Eso, es difícil ir acompañando tu ausencia sin margaritas.

PERFIL DE UNA RUPTURA


Tengo mucha experiencia en rupturas. Y con cada una de ellas acaba mi temporal adhesión a la proverbial máxima de que cada encuentro en el amor es un universo único, porque todos los míos han terminado de igual modo. Y en cada oportunidad me conmuevo menos. No hay justificaciones, sencillamente a veces temo rondar la psicopatía.
Psicópatas, personas incapaces de empatizar o de vivenciar sentimientos de culpa. Inescrupulosidad. Y cosificación del otro. Objetos que como tales pueden variar su valencia según la necesidad propia.
¡Y reafirmo que hablo de amor!, si acaso no desacierto ya en la definición de lo que siento. Y claro que en el momento del quiebre me duelo... Me duelo por el dolor del otro.
¿Y qué hay de mi dolor? ¿Qué hay de mi sensación de pérdida? No mucho. ¿Sinceramente? Pienso en lo que haré a continuación para disociarme de mi nuevo abandono. Pero no muere mi corazón, no me invade ninguna sensación de vacío que represente el fin de otro anhelo terminado. O fracasado, en mi caso.
Me anticipo a la sentencia, la vivo ya antes de comunicarla. Me alejo antes del final del camino, pues sola ya he llegado a su encrucijada. E incluso ya he elegido: no rumbo alguno.
Es por eso que no hay excusas a mi inmunidad, porque cuando un amor termina no debería de faltar una lagrima. Los veo marcharse (los siento también marcharse) y he deseado caminar y detenerlos. Sin embargo, esa es mi única expresión de sensibilidad: la de no hacerlo.
Y cuando cierro la puerta, empiezo a tangibilizar la inminente posesión de libertad y me relamo en la neófita incertidumbre. Y ella me despierta con su brújula descalabrada ... y la miro y encuentro, y confirmo, que no deseo llegar a ningún sitio... ¡No!, ¡más que eso!, siento una total trasmutación interior, ¡siento que quiero bajar de la montaña a hablarle al mundo!
Anoche mientras lo dejaba, la música sonaba cual oráculo con canciones que graficaban el concepto de sarcasmo. Reímos por eso. Pero Lennon no cantó "starting over", como él dijo que faltaba, antes de que empezara a sentir la brisa...